Nuestra armonía y bienestar también depende del cuidado del espacio que nos rodea, con ese que interactuamos diariamente.
Justamente el objetivo del Feng Shui es lograr el equilibrio en nuestro entorno y atraer hacia nuestra casa la energía o chi. En esto los colores tienen un papel fundamental, pues ellos no cumplen un propósito simplemente decorativo sino que producen efectos psicológicos y fisiológicos bien definidos.
Si realmente creemos que nuestro ser esta indefectiblemente integrado a un todo y no dividido en compartimentos estancos, empezaremos a entender que cuando hablamos de Feng Shui, estamos hablando de la relación del hombre entre lo tangible y lo intangible.
El Feng Shui nos trae la posibilidad de ordenar nuestros espacios y nos demuestra que ordenando el afuera podemos equilibrarnos adentro. El color nos permite crear en cada ambiente la atmósfera que deseamos, ya sea estimulante, sosegada, creativa o relajada.
Los colores naturales, los que bajan la energía (colores Yin) nos recuerdan a la tierra: madera, habano, maíz, nos estabilizan, nos hacen sentir firmes y consolidados. Sin embargo, cuando se presentan en exceso y sin otros toques de color pueden resultar aburridos y hasta opresivos. Conducen a la pasividad y el descanso.
Los azules ocupan grandes extensiones de nuestro planeta, frente a los cuales solemos tomar actitudes contemplativas, serias. Un exceso conduce a la soledad, la frialdad.
Los rosas, el grupo de los pasteles, se encuentran entre los colores que provocan el mayor efecto relajante. No es apto para lugares de trabajo o estudio.
Los colores que levantan la energía (colores Yan) son aquellos brillantes: rojos, naranjas, amarillos. Los asociamos con el calor y la energía vital pero no son aptos para cualquier espacio y deben usarse con moderación o pueden resultar muy abrumadores.