La diferencia la marca la temperatura de color de la luz. Esta se define comparando su color dentro del espectro luminoso, con el de la luz que emitiría un cuerpo negro calentado a una temperatura determinada. Por este motivo, esta temperatura de color se expresa en kelvin, a pesar de no reflejar expresamente una medida de temperatura, por ser la misma solo una medida relativa.
Las tonalidades de la luz las podemos dividir en tres tipos:
– Luz cálida, son más amarillentas (blanco pálido) y están entre los 3000ºK a 4000ºK.
– Luz fría, que corresponde a tonos blancos que se encuentran entre 6000ºK y 70000 ºK.
– Luz neutra, son luces intermedias (ni blanco frío ni amarillento) y están entre los 4000ºK a 6000ºK.
Empecemos por ver las aplicaciones más recomendables para iluminación cálida. Por lo regular, este tipo de luz se utiliza para producir atmósferas acogedoras, íntimas y relajantes, por lo cual resulta ser una muy buena opción para iluminar dormitorios, salas y bares. Pero eso no es todo, pues también ayuda a resaltar detalles arquitectónicos, de diseño o decorativos, ya que posee la cualidad de enfatizar relieves, texturas y colores.
Por su parte, la luz fría suele emplearse para distinguir los contrastes, mejorar las condiciones de visibilidad en el desarrollo de tareas específicas e incentivar la concentración. En virtud de lo anterior, es común observarla en espacios públicos y donde se realizan labores concretas. Se recomienda para oficinas, cocinas, lavanderías, talleres y áreas de trabajo en general.
Entonces a la hora de elegir: lo primero es evaluar el contexto y las actividades que se llevarán a cabo. Por ejemplo, si se trata de zonas de tránsito con superficies irregulares (como pasillos, senderos, jardines) o de sitios donde es necesario realizar actividades de precisión, lo indicado es seleccionar lámparas que proyecten iluminación fría, ya que al reducir significativamente los contrastes, mejora las condiciones de visibilidad y disminuye la posibilidad de que ocurra un accidente.
Su principal des ventaja es que oscurece los colores y puede crear entornos planos y sin vida.
Por otra parte, se aconseja utilizar luz cálida en espacios donde el confort, la intimidad y la relajación deben reinar. Asimismo esta opción es la indicada para agregar volumen y dimensión por medio de la proyección de sombras estilizadas.
Su punto en contra: puede ocasionar fatiga visual cuando se emplea en sitios destinados a la ejecución de actividades o tareas de precisión.
Ahora bien, dado que no todas las luces son iguales, una buena iluminación se desarrolla en capas. Este concepto me permite crear en el ambiente cierto dinamismo y al mismo tiempo cómodo.
La luz de ambiente, o luz general, es la capa base de la iluminación de tu habitación. Su propósito es cubrir toda la superficie con un tono uniforme y establecer su intensidad, color y temperatura.
Por lo general, este tipo de iluminación se consigue con lámparas empotradas o suspendidas. Tu cocina es una de las habitaciones que necesitan una iluminación más potente, para ver con claridad lo que estás cocinando. Pero en tu cuarto, puedes optar por una iluminación más discreta.
La luz de acento, o luz decorativa, es la capa que le otorga dinamismo a tu habitación. Su propósito es llamar la atención de aquellos elementos arquitectónicos, objetos o esculturas que sean más representativas de tu hogar.
Por ejemplo, hay luces de acento que van orientadas hacia el techo, y forman patrones luminosos.
Otro tipo es la luz de exhibición, la cual va dirigida hacia un objeto, como floreros o esculturas, para destacarlos.
Por último, hay rieles que se utilizan para dirigir lámparas hacia ciertos aspectos de tu hogar, como cuadros o elementos arquitectónicos.